Estamos
perdiendo la batalla de la razón, cada día se radicalizan más las opiniones en
la calle y, como siempre los más vocingleros y los más agresivos son los que
obtienen mayor cota de atención en los medios de comunicación. El resultado es
que los liberales, los demócratas y los pacíficos estamos perdiendo la batalla.
Los
terroristas de París no buscaban acallar la libertad de expresión, ni acabar
con la democracia ni con nuestra civilización (ningún grupo terrorista puede aspirar
ya a eso. Hace 70 años, un grupo terrorista provocó la muerte de 50 millones de
personas en Europa y no lo consiguió), lo que buscan es radicalizar las
sociedades en torno a ellos mismos y sus problemáticas, tanto las sociedades de
los que consideran su enemigos como las que consideran sus amigos. Y es
evidente que los terroristas de París están consiguiendo su objetivo.
Gritar “yo
soy Charlie” no es gritar por la libertad de expresión o por el humor político.
Es decir que se está de acuerdo con el insulto religioso directo hacia una
religión determinada. Porque insultar a algo o alguien, sin mediar provocación
y cobrando por ello no es libertad de expresión, es un negocio sucio. Es como
defender que lo que hace un proxeneta es promover el amor libre o lo que hace
un comerciante de órganos humanos es promover la salud.
Yo sólo
espero que caiga todo el peso de la Ley sobre los terroristas asesinos y sus cómplices,
y también sobre los que los amparan y sostienen (moral y económicamente), allí
donde estén y lo antes posible. También estoy completamente de acuerdo con
reformar leyes e incluso sufrir molestias en pro de la seguridad, pero los
radicales no me van a obligar a escoger entre ser Charlie o pro-terrorista
porque yo no asumo la línea editorial de Charlie, al igual que sé que la práctica
totalidad de los musulmanes no son terroristas.
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