Estoy haciendo memoria sobre la vida de mi padre y, en
relación a su capacidad de emprendimiento, estoy impresionándome yo sólo. La
memoria que relato es la que me ha contado mi madre desde que se casó con él y
que abarca diez años de convivencia desde 1964 a 1974. Hay que añadir que
mientras que emprendía todas sus iniciativas, en ningún momento abandonó lo que
había sido su trabajo habitual como pequeño agricultor, sembrando tabacos,
remolacha, maíz, trigos, etc.) y que fue de lo que realmente vivimos en
aquellos años.
Después de casarse con mi madre intentó trabajar cosiendo
sacos de tela. Compró una máquina especial y todos los enseres, pero fracasó
porque, por esa época se dejaron de utilizar en el entorno rural sustituidos
por los de plástico y por cajas de plástico.
Después se le ocurrió criar champiñones y conejos, los
champiñones los sembraba sobre sacos y los conejos los criaba en varias jaulas
de madera y tela metálica que fabricó él mismo y ambos los tenía en casa (no
tenían dinero para alquilar locales). Pero fracasó porque el mal olor de los
champiñones era insoportable y los conejos se infectaron de la plaga de
mixomatosis que apareció por aquella época.
Después se hizo el representante de Fidecaya en el pueblo.
Fidecaya era un banco que se hizo muy popular en los 60 y que quebró en los
años 80. Mi padre fundamentalmente cobraba recibos de los electrodomésticos que
aparecieron por la época (frigoríficos, lavadoras) y que la gente compraba financiados.
Sin embargo no le gustaba el tener que ir a cobrar a la gente, muchas veces sin
recursos, y lo tuvo que dejar.
Después construyó el primer invernadero del pueblo. Lo hizo
artesanalmente con maderas y plásticos para criar fresas. Pero los inviernos,
en tres temporadas sucesivas fueron muy duros y los plásticos se rompían. Su
sustitución era más cara que el beneficio del producto por lo que también
fracasó.
Finalmente se le ocurrió sembrar espárragos. Los amigos le
decían que fracasaría porque era un producto que casi nadie demandaba y que
había suficiente con el que nacía espontáneamente en el campo (espárragos
trigueros) o con el que se sembraba en las pequeñas hortalizas para consumo familiar.
Sin embargo después de tres temporadas (una de parada biológica obligatoria y
dos de explotación) en qué lo más difícil fue encontrar comercializadores, el
producto tuvo éxito y pensó en ampliar la explotación. Sin embargo al año
siguiente de triplicar la superficie sembrada y antes de que pudiera entrar en
explotación mi padre murió de un infarto fulminante.
Mi madre y mis tres hermanos pudimos vivir de los
rendimientos de los espárragos durante los siguientes veinte años hasta que
acabamos, los tres, estudios universitarios y encontramos nuestros primeros
trabajos.
Sirva esta entrada para rendir homenaje a los hombres y
mujeres emprendedores que, en aquellos difíciles años tanto arriesgaron y tanto
se esforzaron por crear riqueza y empleo, verdaderos cimientos de nuestra sociedad
actual acomodada. En memoria de mi padre.