miércoles, 18 de octubre de 2017

Historia de un gran emprendedor

Estoy haciendo memoria sobre la vida de mi padre y, en relación a su capacidad de emprendimiento, estoy impresionándome yo sólo. La memoria que relato es la que me ha contado mi madre desde que se casó con él y que abarca diez años de convivencia desde 1964 a 1974. Hay que añadir que mientras que emprendía todas sus iniciativas, en ningún momento abandonó lo que había sido su trabajo habitual como pequeño agricultor, sembrando tabacos, remolacha, maíz, trigos, etc.) y que fue de lo que realmente vivimos en aquellos años.

Después de casarse con mi madre intentó trabajar cosiendo sacos de tela. Compró una máquina especial y todos los enseres, pero fracasó porque, por esa época se dejaron de utilizar en el entorno rural sustituidos por los de plástico y por cajas de plástico.

Después se le ocurrió criar champiñones y conejos, los champiñones los sembraba sobre sacos y los conejos los criaba en varias jaulas de madera y tela metálica que fabricó él mismo y ambos los tenía en casa (no tenían dinero para alquilar locales). Pero fracasó porque el mal olor de los champiñones era insoportable y los conejos se infectaron de la plaga de mixomatosis que apareció por aquella época.

Después se hizo el representante de Fidecaya en el pueblo. Fidecaya era un banco que se hizo muy popular en los 60 y que quebró en los años 80. Mi padre fundamentalmente cobraba recibos de los electrodomésticos que aparecieron por la época (frigoríficos, lavadoras) y que la gente compraba financiados. Sin embargo no le gustaba el tener que ir a cobrar a la gente, muchas veces sin recursos, y lo tuvo que dejar.

Después construyó el primer invernadero del pueblo. Lo hizo artesanalmente con maderas y plásticos para criar fresas. Pero los inviernos, en tres temporadas sucesivas fueron muy duros y los plásticos se rompían. Su sustitución era más cara que el beneficio del producto por lo que también fracasó.

Finalmente se le ocurrió sembrar espárragos. Los amigos le decían que fracasaría porque era un producto que casi nadie demandaba y que había suficiente con el que nacía espontáneamente en el campo (espárragos trigueros) o con el que se sembraba en las pequeñas hortalizas para consumo familiar. Sin embargo después de tres temporadas (una de parada biológica obligatoria y dos de explotación) en qué lo más difícil fue encontrar comercializadores, el producto tuvo éxito y pensó en ampliar la explotación. Sin embargo al año siguiente de triplicar la superficie sembrada y antes de que pudiera entrar en explotación mi padre murió de un infarto fulminante.

Mi madre y mis tres hermanos pudimos vivir de los rendimientos de los espárragos durante los siguientes veinte años hasta que acabamos, los tres, estudios universitarios y encontramos nuestros primeros trabajos.


Sirva esta entrada para rendir homenaje a los hombres y mujeres emprendedores que, en aquellos difíciles años tanto arriesgaron y tanto se esforzaron por crear riqueza y empleo, verdaderos cimientos de nuestra sociedad actual acomodada. En memoria de mi padre.

3 comentarios:

  1. Muy buena historia, nunca se dio por vencido, un gran emprendedor. Lástima que no disfruto del fruto de sus esfuerzos.

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