miércoles, 8 de febrero de 2017

Un ángel de la Economía ha perdido sus alas.

Esta semana ha ocurrido lo peor en mi pueblo. Un pequeño negocio familiar (una pizzería) ha cerrado.

Cada vez que cierra un negocio se produce una conmoción en el cielo de los economistas y un ángel economista pierde sus alas. 

Puede parecer una exageración pero es cierto que creo que, el que cierre un negocio, es de lo peor que puede pasarle a nuestra exigua economía. Cuando uno observa que los negocios cercanos no funcionan, que un autónomo, asfixiado por bancos, por trámites o por hacienda no gana lo suficiente para vivir dignamente y tiene que cerrar es que algo no funciona en nuestra economía. Cuando todo el mundo quiere un subsidio, una pensión o ser funcionario (sí, sí, ya sé que me repito, que los tres son casi sinónimos), es que vivimos en una sociedad enferma.


Posiblemente sea verdad, que por ahí hay empresarios que ganan fortunas a costa de los trabajadores, pero los que yo conozco de verdad subsisten a duras penas a costa de echar más horas de trabajo de las que hay en el reloj.  Y es más, la mayoría de los hijos de los autónomos que conozco no quieren trabajar en el negocio del padre. Conozco albañiles, agricultores, dependientes, pintores… y la mayoría de sus hijos (no todos, pero sí la inmensa mayoría) están con carreras universitarias en el paro. Eso sí que es triste porque ¿quién conoce mejor la marcha de un negocio y sus penalidades sino la misma familia? Y si los hijos prefieren la aventura de una profesión nueva, en la que no saben si tienen siquiera posibilidades, antes que la profesión de sus padres, es que nuestra organización económica andaluza está sencillamente muriéndose.

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